12 abr 2011

Lección nº 1: Comprensión oral

Las reflexiones sobre ciertos temas ya están muy quemadas: Todo el mundo sabe que hablar con alguien, muchas veces es la mejor forma de quedarse a gusto, de desahogarse. Sin embargo no dejo de preguntarme hasta qué punto, el hecho de que nos escuchen, es determinante para nuestra salud (¡ojo!: tanto emocional como física, ya que ambas están íntimamente relacionadas).

Nos encontramos en una época complicada. Hemos pasado de la abundancia y el derroche a la escasez y la austeridad en menos que canta un gallo, y eso repercute en nuestra salud mental. En tiempos de crisis la ansiedad (concepto que veo completamente erróneo, ya que tener ansiedad es sentir inquietud por algo, el término adecuado, pues, sería la angustia, que podría derivar en histeria), es la respuesta lógica ante la adversidad. El ejemplo más claro y evidente de adversidad (y el que más desesperación genera) hoy, es el desempleo

Suelo analizar el comportamiento de las personas con respecto a algunas circunstancias, me resulta interesante observar a la gente, captar la esencia de sus sentimientos, intentar comprenderlos, buscarles sentido... 

La profesión que elegí la elegí, por encima de todo, por pura moral. Mi razonamiento fue siempre el mismo: "soy una privilegiada, voy a devolverle el favor al mundo ayudando a los demás". Hasta hace dos semanas no sabía que lo de "ayudar a los demás" sería tan literal, porque el buen médico no solamente sana cuando puede, sino que (y aquí viene el "quiz" de la cuestión) escucha al que está sentado frente a él como si de un hijo se tratase, con la misma empatía, con el mismo interés. Hace dos semanas que empecé a hacer mis prácticas clínicas en un centro de salud y ha sido una de las experiencias más enriquecedoras de toda mi vida, no solo me he sentido un "poquito más médico", sino que me he dado cuenta de que el médico que escucha atentamente, cura en un 80% a su paciente.

Todos hemos pasado alguna vez por una situación difícil y todos hemos sentido la necesidad de compartirlo con alguien. Si no se tiene a nadie, se busca. Siempre recordaré a una señora mayor que esperaba el autobús conmigo. Comenzó preguntándome la hora y acabó hablándome de sus hijos, a lo que se dedicaba cada uno, cuántos nietos tenía, cómo eran, cuánto la visitaban, cómo se sentía ella... me contó muchas cosas... Si yo le hubiese dicho la hora sin mirarle a la cara y con voz seria, posiblemente aquella mujer habría seguido en silencio, hubiese entrado  en el autobús sola y seguiría mirando a través de la ventanilla sola, pensando en sus cosas. Pero le dije la hora con una sonrisa y solamente hizo falta eso para que ella misma creara un lazo de confianza y afecto con una desconocida (por necesidad). Yo agradecí que me contase todas esas historias que me hicieron pasar un buen rato y ella me agradeció, seguro, que me prestara a hacerlo.

Después te das cuenta cuando entra alguien en la consulta (sea joven o mayor), quejándose, con mil dolores, sin ganas de nada (como dicen los ancianitos, por los que por cierto, siento debilidad) de que, quizás cinco minutos no (lo impuesto por el Ministerio de Sanidad al que aprovecho para dar las gracias por su comprensión y su lógica aplastante, se nota que el que está arriba es político y no profesional de la salud, no digo más...), pero sí diez escuchando son suficientes para que una persona salga de la consulta sin dolor, o al menos, mucho más aliviada.

Una mente triste es lo más perjudicial del mundo. Cuando ésta se trata, el cuerpo mejora. Aparentemente, parece una reflexión poco profunda... pero antes de emitir un juicio final... debería ponerse en práctica el tratamiento de la "comprensión oral".