Era alguien corriente.
Sabía que ser así no significaba nada malo y no
le molestaba admitir que nunca llegaría a destacar por nada, aunque sentía una
innegable atracción por lo original y lo auténtico. Era una persona dura y muy
exigente, quizás una vida corta, pero llena de retos influyó en su
personalidad. Lo cierto es que, a pesar de la simpatía que le generaba la gente
revolucionaria y rebelde, le encantaban el orden y las cosas bien hechas. La
utocrítica era un ejercicio muy frecuente en sus días, y le producía tormento y
a veces confusión.
Aunque se sintiera a gusto con ser normal, poseía
un sentimiento que no era capaz de describir, un impulso que salía de su
interior para reinventarse y expulsar todas las ideas que brotaban de las
profundidades de su alma, esas que jamás fue capaz de poner en orden: Quería
pintar, pero cuando cogía el pincel, su trazo no era preciso. Quería
cantar, pero su voz se quebraba al empezar la estrofa. Soñaba con tocar el
piano o la guitarra, pero sus dedos no le parecían lo suficientemente hábiles.
Y coser, también bailar y por supuesto escribir. Pero todo lo que deseaba hacer
y aprender, le parecía inalcanzable, y por supuesto, jamás destacaría en ello.
Ella.
Ella era, a pesar de lo que muchos dirían,
insegura y tímida. Se escondía trás un escudo, tras una fachada para que nadie
la reconociera como débil y sensible, como un unicornio azul. Solía parecer
alguien alegre y extrovertida, con los labios rojos y a veces vestida de forma
algo peculiar, lo justo para llamar la atención, pero sólo de los que, al igual
que ella, sentían predilección por lo original. Disfrutaba siempre con los
demás, y le encantaba conocer a gente, pero tenía el superpoder de acordarse
solamente de lo que le parecía interesante, así que era despistada en general,
pero guardaba en su memoria cada cara, cada dato, cada lugar y cada momento
que, por alguna razón, por estúpida que pareciera, a ella le había hecho sentir
algo especial.
Tenía una forma muy particular de ver el Mundo.
Nunca estaba convencida de si lo amaba o lo odiaba profundamente. Sentía
decepción a la vez que asombro y miedo a la vez que esperanza cuando analizaba
lo frágil y bello que es este planeta. Solía echarle la culpa a los seres
humanos, ella decía que somos los culpables de todo lo malo que le ocurre a
este mundo y responsables sólo de pequeñas cosas maravillosas. Esas pequeñas
cosas maravillosas de las que hablaba, eran las que la animaban a continuar.
Quizás, el único modo de que el mundo siga
brillando, es ocupándonos de esas pequeñas cosas maravillosas, todas esas cosas
que parecen insignificantes y corrientes, como cantar, bailar, dibujar o
escribir, pequeñas cosas que da igual si nos hacen o no destacar, pero
constituyen nuestra alma y son la prueba de que nuestro mundo sigue latiendo.