Muchas veces me pregunto con qué tipo de
fundamento o criterio una niña de seis años pudo decidir un buen día que quería
ser médico.
A mí me encantaba dibujar y vestir a mis muñecas
con pañuelos de papel y toallitas húmedas coloreadas a duras penas con rotuladores.
Yo escribía poesías ñoñas con rimas fáciles y soñaba con construir poemas
complejos que transmitieran lo que ocurría en mi mente. Me dormía con las
persianas subidas para poder ver el cielo porque me satisfacía enormemente lo
insignificantes que se hacían mis pensamientos negativos al contemplar las
estrellas. Yo estaba apuntada a clases de dibujo y esperaba impaciente a que
llegara el día de la semana que me tocaba ir porque me reencontraba allí cada
vez que volvía.
Aquella fantasía de ser médico con el tiempo fue
madurando a ilusión y finalmente, en aquel joven e inexperto cerebro se
convirtió en pura obsesión que con muchísimo esfuerzo y sacrificio conseguí
cumplir. Mi inquietud por ayudar a los demás y querer saber cómo funcionaba el
cuerpo humano motivó aún más mis infundados deseos. Nunca supe muy bien en qué
consistía la profesión (estudio diario, guardias, responsabilidad, miedo
permanente a equivocarse...), ya que en mi entorno no había ningún sanitario
que hubiera podido pararme los pies a tiempo. Todo lo contrario. Diría que fue
un orgullo para mi familia descubrir que la "pequeña rodriguita"
tenía la vocación de ser médico.
Le he dado al botón de inicio y el tambor de la
lavadora ha empezado a dar vueltas. Observo el pijama blanco pero
inadvertidamente sucio, de la guardia de ayer, atrapado girando
irremediablemente para volver una y otra vez a ser usado y tirado hasta que al
fin un día se rompa. Me he sentido extrañamente identificada. Un bucle mental
de pensamientos sobre cómo he pasado 10 años de mi vida empeñándome en ser lo
que siempre he querido ser y sin embargo me siento amargamente insatisfecha,
vulnerable, desprotegida y perdida.
La falta de sueño y el desgaste físico y
psicológico que conlleva haber estado veintcuatro horas en tensión, hacen que
me encuentre nuevamente pesimista. Se que mañana estaré mejor que hoy y en tres
días yendo a trabajar por las mañanas como cada día, me habré recuperado a
tiempo para volver a tener otra guardia y volver al mismo bucle emocional.
Tristemente de la misma manera que una goma
elástica pierde su capacidad de volver a su ser con el uso, yo siento que cada
día, cada guardia, mi espíritu pierde la pasión y la capacidad de lucha por
mantenerme fuerte y reponerme.
Obviamente mi profesión consiste en ayudar a
personas con problemas de mayor o menor gravedad, que demanda atención o
cuidados con mejores o peores formas y mi día a día suele pasar sin grandes
pretensiones pero con alguna que otra pequeña alegría que suele consistir en
observar el alivio de la gente cuando les das simple comprensión desinteresada.
Esa es la magia de mi trabajo y es lo que hace que cada día pueda volver a la
consulta y seguir adelante.
La esencia de mi profesión no es el problema. El
Sistema lo es.
Me ha hecho falta muy poco tiempo para darme
cuenta de que la Sanidad se sostiene gracias al favor, hiper-responsabilidad,
dedicación y extenuación de sus profesionales. Nos machaca tanto que destruye
lentamente las ilusiones y el amor por lo que hacemos, generando hastío y
eliminando hasta el último resquicio de motivación para lo que sea (formarse en
una especialidad de forma satisfactoria, dar docencia eficaz a las siguientes
generaciones, dar una adecuada atención al paciente y con garantías...)
generando profesionales quemados y rotos que además son incapaces de unirse y
protestar por un trabajo digno y por una Sanidad digna, quizás porque es
éticamente cuestionable que los médicos hagan huelga o quizás porque en muchos
servicios no hay más médicos que los que habría con los servicios mínimos que
se precisan para una huelga.
Tengo miedo de convertirme en una médico fría y
solitaria que no sienta deseos de trabajar en equipo, de enseñar, de respetar,
de cuidar. Tengo miedo de haberme equivocado de vocación. Tengo miedo de no
recuperarme del bucle emocional y no reencontrarme jamás.