27 ene 2011

Que llueva, que llueva...


Nunca bajo la persiana, jamás. Reconozco que en un principio lo hacía por no permanecer en la más absoluta oscuridad antes de dormir, me hacía sentir algo desnuda, desprotegida. Sin embargo pronto cambió esa idea, me acostumbré a despertar por culpa de esos pequeños rayos de sol que atravesaban tímida y paulatinamente el cristal.


Hoy he amanecido viendo de nuevo cómo se iluminaba mi habitación. Un color amarillento, que cada vez era más brillante, como si quisiera escaparse de entre mis sinuosas cortinas, me deslumbraba. Me he levantado de la cama con la sensación de haber despertado del más puro letargo, no podía ser que tras varios días de plena penumbra en el cielo, apareciera un vulgar jueves esa claridad.

Después de preparar un buen desayuno y de ver un rato cómo se peleaban varios politicuchos en la tele, (gran novedad, ¿no?), decidí ponerme en marcha. Hoy no he ido a clase, sí, me declaro culpable.

Como todo el mundo sabrá, una muerte es tan perturbadora como triste. A mí me da por cuestionarme nuestra existencia. Empiezo desde abajo, por mí: "A ver para qué narices hace falta que yo exista si el mundo cuando yo me vaya va a ser igual que cuando llegué, una masa esférica llena de agua y tres o cuatro trozos desperdigados de tierra con mucha gente yendo a su rollo (simplificando mucho, mucho).

Se está nublando, al final va a ser cierto lo que predecía el señor de El Tiempo.

Tras un sinfín de ideas melancólicas y melodramáticas vuelvo en mí al recordar que un día parecido al de hoy, una persona excelente me dijo "somos las piezas de un engranaje infinito", aquello me curó el corazón. Dejé de buscarle el sentido a la vida. Estamos aquí porque sí, llámalo casualidad, llámalo Dios, llámalo "x". Formamos parte de algo inmenso, algo tan grande que nos hace minúsculos, pero no menos útiles. Creo que nuestro objetivo en la vida es, simple y llanamente, influir en los demás. Somos como pequeñas gotitas de aceite que cuando se rozan, se hacen más grandes.

Y sin más, empieza a llover. No lo pienso dos veces, abro la ventana. Mientras oigo como llueve y huelo a mojado me siento satisfecha, me apetecía la lluvia... ella es la que se lleva lo malo, lo triste, lo difícil, y deja el suelo brillante, la hierba aún más verde, el viento fresco... ella da paso a la calma, a los cielos limpios... cierro los ojos. Estamos aquí, pues vamos a aprovecharlo.

En memoria de Ana María Navarro Arévalo. Ella nos influyó.

4 comentarios:

  1. Muy emocional, Irene. Todos sentimos la pérdida de Ana Navarro Arévalo. La tendré siempre presente en mi memoria.

    ResponderEliminar
  2. Se fue... todos nos tenemos que ir algún día, pero ella lo hizo de forma majestuosa, enseñando que ni siquiera la enfermedad puede acabar con tus ganas de luchar por lo que quieres.

    ResponderEliminar
  3. Sí, Suhil, así es. A veces pensamos que somos eternos, quizás si lo fuésemos no apreciríamos a nadie ni nada.

    ResponderEliminar
  4. Anónimo, gracias por tus maravillosas palabras.

    ResponderEliminar